domingo, 22 de mayo de 2016

Cuando pasó a ser leyenda

Hoy se cumplen 40 años de la muerte de Oscar Natalio Bonavena, uno de los boxeadores símbolo de la Argentina de la década del 70, quien fue asesinado por un matón a sueldo en la ciudad de Reno, Nevada, Estados Unidos.

Ringo, uno de los boxeadores más populares de la historia argentina.
“Le advertí que si aparecía por el Mustang Ranch, no respondería por su seguridad”, fue la dura e impiadosa advertencia de Joe Conforte, dueño del prostíbulo Mustang Ranch, que Oscar Natalio Bonavena desoyó y le costó la vida en Reno, capital del estado de Nevada, Estados Unidos, el sábado 22 de mayo de 1976.
El testimonio, ineludible para reconstruir la historia del asesinato del uno de los boxeadores criollos más populares por su carisma y su coraje arriba y abajo del ring, corresponde a Juan Abraham Larena, único periodista argentino que cubrió el fatal desenlace de Ringo y que entrevistó a Conforte casi 24 horas después del crimen .
El impacto que causó la muerte de Bonavena excedió lo deportivo, al punto que en la Argentina la concurrencia a su velatorio superó las 100.000 personas que desafiaron el estado de sitio por entonces imperante.  Y no lo fue menos en Estados Unidos, país en el que siempre se hizo hincapié en los lazos dudosos entre el boxeo y el submundo de las apuestas entre las décadas del 30 y el 50, los que con el correr del tiempo fueron desplazados por la televisión paga y los lujosos casinos de Las Vegas, Atlantic City (actualmente una ciudad fantasma) y, más recientemente, Macao.
Pero el trágico final de Bonavena no fue producto de una casualidad y tuvo un contexto que Larena, hoy por hoy el más avezado relator de boxeo de habla hispana del mundo, contó así: “Ringo había aterrizado en Reno con la supuesta idea de continuar su campaña aunque, en el ambiente, muchos sabían que su dedicación al gimnasio era cada vez más dudosa. Su conexión fue el propietario de una estación de servicio que, por no tener los suficientes fondos, le pidió que lo bancara Conforte, quien terminó comprando el contrato, con su esposa Sally como manager oficial”, señaló.
“En pocos días la simpatía de Ringo conquistó la atención de Sally, algo que no pareció molestar al marido (más interesado en chicas jóvenes) y que de por sí ni pensó en un romance entre el corpulento pugilista y una mujer que, apoyada en un omnipresente bastón para compensar la renguera, parecía diez años mayor de los 59 que acusaba”, prosiguió Larena quien, como corresponsal de Editorial Abril, viajó de Nueva York a Reno en el primer vuelo tras un llamado urgente de la revista Siete Días con la noticia de la muerte de Ringo.
“Ya en Reno fui tratando de armar el rompecabezas de lo ocurrido –continuó–. Viajando a Virginia City para hablar con la autoridad a cargo del suceso; pasando por el hospital donde se hizo la autopsia; visitando el campamento de casas rodantes en Lockwood, donde sentó base Bonavena en los últimos meses de su vida con la idea de entrenarse para su reaparición. El periplo continuó con una primera visita al Mustang Ranch y, de regreso en Reno, a la casa mortuoria donde yacía su cuerpo, un recinto similar a una capilla donde no se veía un alma, con un libro de visitas llamativamente en blanco”.
Las versiones del crimen no eran precisas dada la escasez de testigos y el poco interés en esclarecerlo: “El sheriff Bob De Carlo estaba a cargo del condado donde se había asentado el prostíbulo. En una versión curiosamente muy similar a la que me contó el propio Conforte, dijo haber establecido a través de un testigo presencial (uno de los dos guardaespaldas del dueño del Mustang Ranch) que Bonavena había arribado al lugar en su Mercury último modelo alrededor de las 6 de la mañana”, recordó Larena.
“Del otro lado de la reja que circundaba la propiedad uno de los guardaespaldas (John Coletti) le dijo que tenía prohibida la entrada y que se retirara. Bonavena insistió en que lo dejaran entrar y, súbitamente, apareció el segundo guardaespaldas (Willard Ross Brymer) y casi a quemarropa le disparó entre los barrotes del portal con un rifle Springfield calibre 30.06, usado para matar ciervos y hasta osos. Su excusa fue que Ringo había dirigido la mano hacia una bota como para sacar un revolver y actuó en defensa propia”, detalló Larena, relator de boxeo para Latinoamérica de la señal de cable Space desde hace 23 años.
La endeble versión de Brymer chocó con el hecho de que el supuesto revólver que llevaba Bonavena, que según Larena “se sospecha que lo plantaron”, estaba en la bota derecha y Ringo era zurdo; y, de acuerdo a otras fuentes, el guardaespaldas de Conforte, en una noche que bebió demasiado, discutió con el boxeador argentino y fue puesto nocaut, lo que generó su rencor. Otra versión menos creíble habla de una cuestión de polleras decantada en favor del muchachón que hizo un culto de los ravioles de su mamá, doña Dominga, y de sus queridos Huracán y Parque de los Patricios.
Para el periodista, “Bonavena fue protagonista de una historia que apuntó hacia la tragedia cuando comenzó a pregonar que su relación con Sally Conforte le aseguraba el pronto control del Mustang Ranch. La noticia llegó a oídos de ese siciliano que se había convertido en mafioso de medio pelo en California y luego recaló en Nevada casándose con una notoria madama. No hay que olvidar que los prostíbulos son legales en varias partes de Nevada y Sally ya había ganado notoriedad regenteando el famoso Chicken Ranch (aparece en una vieja película protagonizada por Burt Reynolds) y, muy importante para la época, el precio por los servicios femeninos arrancaba en un dólar por minuto. Ese emporio es el que Ringo amenazaba con usurpar”, apuntó.
 “Y el final se precipitó cuando, ya cansado de sugerirle a Bonavena que olvidara sus pretensiones y regresara a la Argentina, envió sus matones al campamento con la orden de tirarle documentos, ropa y otras cosas fuera de la casa rodante y prenderles fuego. Cuando pasé por el lugar, un círculo negro sobre el pedregullo todavía señalaba el sitio de la fogata. No habiendo dado resultado el aviso, Conforte me juró en la entrevista que le hizo llegar un pasaje a Buenos Aires y un cheque de 5.000 dólares. Obviamente, Bonavena no se tomó el vuelo y pude encontrar el rastro del famoso cheque en un casino de Reno, donde Ringo lo había hecho efectivo, perdiendo su totalidad en una mesa de juego”.
Fue la antesala de su final y, de acuerdo al testimonio que Larena consiguió de una novia que Bonavena tenía en Reno (“no Sally, sino una chica bastante agraciada que trabajaba en el Casino”), salió rumbo al Mustang Ranch “entonado con varios tragos fuertes...”
Willard Ross Brymer fue declarado culpable por el juez Frank Gregory pero apenas pasó 15 meses en prisión porque sus abogados demostraron que “gatilló involuntariamente” y, con una fianza de 250.000 dólares que nunca tuvo, fue puesto en libertad. Murió en Reno el 27 de junio de 2000.
En tanto y, con apenas 33 años, Ringo entró en la memoria de los argentinos, amantes o no del boxeo, que siempre admiraron su enorme corazón sobre el ring, demostrado ante grandes de verdad como el inconmensurable Muhammad Ali, Joe Frazier o Floyd Patterson, y su sabiduría de la calle, que dejó frases para entender la vida como “cuando suena la campana, te quedás solo porque hasta el banquito te sacan”, o “la experiencia es un peine que te  dan cuando te quedás pelado”, y que siguen vigentes 40 años después.
Galíndez, pura guapeza y corazón 

A 40 años de su triunfo ante richie kates. Un duro choque de cabezas, una profunda herida en forma de L, la camisa ensangrentada del árbitro y un puño cerrado festejando el nocaut consumado fueron, son y serán las postales de una jornada épica en el boxeo argentino, cuando el bonaerense Víctor Emilio Galíndez venció al estadounidense Richie Kates el sábado 22 de mayo de 1976, combate del que hoy se cumplen 40 años, donde el oriundo de Vedia expuso por 5ª vez el título mediopesado AMB (que había conquistado en diciembre de 1974) en el Rand Stadium de Johannesburgo, Sudáfrica, el mismo día que su ídolo, Oscar Bonavena, fue asesinado en la puerta de un burdel de Reno. En el 3º round, Kates –nacido en Bridgetown, Barbados, y radicado en Nueva Jersey– chocó su cabeza con la de Galíndez y le produjo una profunda herida en forma de L sobre el arco superciliar derecho (foto). “Me duele, no veo nada. Pero de aquí me bajan muerto. Tito, ajústeme los guantes”, le ordenó Galíndez a  su manager, el promotor Juan Carlos Lectoure y, con un corazón inmenso, fue por la gloria. En el 7º derribó a Kates, quien fue salvado por la campana y, además, se limpiaba la sangre en la camisa del árbitro local, Stanley Christodoulou, conmovido por la guapeza del campeón, y como el público, que empezó a gritar “¡Víc-tor!”, “¡Víc-tor!”. Y consumó la hazaña en el 15º y último round, al derribar a Kates con una izquierda al mentón y, Christodoulou, dijo “out” a los 2’59”. Épico e inolvidable. Como Galíndez, puro coraje y corazón, quien nos sigue emocionando al demostrar cómo se defiende un título del mundo.

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